Infierno Musical

Sunday, November 27, 2016

So long, Leonard Cohen




¿Cómo sobrevivir a la muerte de un poeta? ¿Qué sucede el día después de su ausencia? Leonard Cohen hizo posible que la química entre los amores contrariados, el pesimismo y la delgada línea entre el sinsentido y la lucidez marquen un camino sin retorno de quienes escucharon su música y leyeron su obra, libros como The Favorite Game, Beautiful Losers, destilan una forma aguda de conocer el mundo-su mundo-nuestro mundo. “Los niños muestran sus cicatrices como medallas. Los amantes las usan como secretos a revelar. Una cicatriz es lo que ocurre cuando el mundo se hace carne”.

El primer amor de Cohen fue la poesía. En un desgastado documental que transmitía el canal film&arts a finales de la década de los noventa, pude acariciar su imagen en un artefacto precario de tv, que por alguna extraña razón rebotaba señales de algunos canales de cable de mi vecino, se lo podía ver en las calles de Saint Lauren Boulevard (en su natal Canadá) donde varias veces contempló a gangsters, proxenetas y otros luchadores de la noche en la década de los 60’s, destilando recuerdos que luego nutrirían sus poemas que no tuvieron un éxito comercial en las primeras publicaciones, por esa razón la poesía  fue un terreno del que transitoriamente se alejó.

Cohen siempre tuvo presente la poesía de Federico García Lorca, su influencia lo acompaño durante toda su carrera poética y musical, tal como lo menciona cuando recibe el Premio Príncipe de Asturias el año 2011, homenajeando a Lorca y al guitarrista de flamenco que le enseño seis  acordes que luego fueron la base de todas las canciones, el confiesa que intentó tener más encuentros con su maestro iniciático de la guitarra, pero cuando lo fue a buscar al día siguiente de su clase magistral se enteró que se había suicidado. Song for a room (1969) , Song of love and hate (1970), New Skin for old ceremony, The Future (1992), You Want It Darker (2016) son algunos de sus albums que marcaron época. 

En la oscuridad de la casa de unas amigas un día descubrí un vinilo de Cohen, quise escucharlo pero no tenían tocadiscos, parecía un fetiche dispuesto a ser utilizado por tres amantes que con pudor solo alcanzaban decir que les gustaba a Cohen… por dentro sentía que eso no era suficiente, porque no era sólo su fan, yo sentía una extraña devoción por él desde que lo escuche en “Pump of the volumen”, con esa fascinación de  grabar “The future” en un cassete cromado, mantenía esta angustia y placer en secreto, porque lo reclamaba mío cercano, nadie podría interponerse en ese pacto sonoro poético…el amor que le profesaba era egoísta y hermético.

En el nuevo milenio era usual enterarnos de que sus giras por Europa convocaban una serie de seguidores, mientras el contenía su mano izquierda en su clásico sombrero, dedicando sus canciones desde “Suzanne” hasta “So long, Marianne”, con Cohen comprendimos que el amor y la poesía están hechos de un mismo material genético “la poesía viene de un lugar que nadie controla”. Markus el esposo de una amiga me dijo que lo vio por una de esas giras y que tocaba junto con su hijo, él parecía que tenía lumbre en sus palabras y yo mantenía la promesa de verlo en vivo algún día. A pesar de su exilio como budista en los noventa, vivir gran parte del tiempo en una isla griega y sobrevivir a la estafa de su representante Kelley Lynch, este cantautor judío continuaba teniendo nuevas generaciones de seguidores, mientras su voz se hacía más grave década tras década. Sus letras eran himnos de un futuro que nos dilapidaba cobrándonos la agridulce cuota cotidiana.

El 2016 cuando Marianne su musa y gran inspiración falleció consumida por un cáncer terminal, el mencionó: “Bueno Marianne, ahora que hemos llegado a este momento en el que estamos realmente tan viejos y nuestros cuerpos se caen a pedazos, creo que voy a seguirte muy pronto”. La clarividencia de que el final lo acechaba fue tangible en su última entrevista concedida a David Remnick, confesando Estoy listo para morir. Espero que no sea demasiado doloroso. Eso es todo para mí”. El 7 de noviembre del 2016, muere Leonard Cohen a los 82 años, dejando una herencia lírica inimaginable, cátedras universitarias en su nombre que buscan indagar el aporte creativo de su obra a la poesía. Amantes de su obra que suman más de cuatro generaciones ¿Quién más que Cohen para llevarnos a mil besos de profundidad? Tal vez nos quede repetir sus versos, pedirle permiso para ubicar una voz propia, cuando él nos susurra al oído “una cicatriz es algo que no flota”.



Buscar escribir algo estructurado para recordar a Cohen resulta un fraude, marcado por la fragmentación de las palabras que se dispersan con la incoherencia de una imagen frente los pedazos de un espejo… del simulacro de lo que pretendemos ser… de la memoria caprichosa del buscar componer un cadáver exquisito. Aproximarnos a Cohen es un ejercicio de hermosos perdedores, porque el legado que nos deja es una muestra que las cicatrices aún no se han cerrado. La herida que deja su ausencia aún está abierta.