¿Cómo sobrevivir a la muerte de un poeta? ¿Qué sucede el
día después de su ausencia? Leonard Cohen hizo posible que la química entre los
amores contrariados, el pesimismo y la delgada línea entre el sinsentido y la
lucidez marquen un camino sin retorno de quienes escucharon su música y leyeron
su obra, libros como The Favorite Game, Beautiful Losers, destilan una forma
aguda de conocer el mundo-su mundo-nuestro mundo. “Los niños muestran sus
cicatrices como medallas. Los amantes las usan como secretos a revelar. Una
cicatriz es lo que ocurre cuando el mundo se hace carne”.
El primer amor de Cohen fue la poesía. En un desgastado documental que transmitía el canal film&arts a finales de la década de los noventa, pude acariciar su imagen en un artefacto precario de tv, que por alguna extraña razón rebotaba señales de algunos canales de cable de mi vecino, se lo podía ver en las calles de Saint Lauren Boulevard (en su natal Canadá) donde varias veces contempló a gangsters, proxenetas y otros luchadores de la noche en la década de los 60’s, destilando recuerdos que luego nutrirían sus poemas que no tuvieron un éxito comercial en las primeras publicaciones, por esa razón la poesía fue un terreno del que transitoriamente se alejó.
Cohen siempre tuvo presente la poesía de Federico García
Lorca, su influencia lo acompaño durante toda su carrera poética y musical, tal
como lo menciona cuando recibe el Premio Príncipe de Asturias el año 2011,
homenajeando a Lorca y al guitarrista de flamenco que le enseño seis acordes
que luego fueron la base de todas las canciones, el confiesa que intentó tener
más encuentros con su maestro iniciático de la guitarra, pero cuando lo fue a
buscar al día siguiente de su clase magistral se enteró que se había suicidado. Song for a room (1969) , Song of love and hate (1970), New Skin for old ceremony, The
Future (1992), You Want It Darker (2016) son algunos de sus albums que marcaron
época.
En la oscuridad de la casa de unas amigas un día descubrí un vinilo de Cohen, quise escucharlo pero no tenían tocadiscos, parecía un fetiche dispuesto a ser utilizado por tres amantes que con pudor solo alcanzaban decir que les gustaba a Cohen… por dentro sentía que eso no era suficiente, porque no era sólo su fan, yo sentía una extraña devoción por él desde que lo escuche en “Pump of the volumen”, con esa fascinación de grabar “The future” en un cassete cromado, mantenía esta angustia y placer en secreto, porque lo reclamaba mío cercano, nadie podría interponerse en ese pacto sonoro poético…el amor que le profesaba era egoísta y hermético.
En el nuevo milenio era usual enterarnos de que sus giras
por Europa convocaban una serie de seguidores, mientras el contenía su mano
izquierda en su clásico sombrero, dedicando sus canciones desde “Suzanne” hasta
“So long, Marianne”, con Cohen comprendimos que el amor y la poesía están
hechos de un mismo material genético “la poesía viene de un lugar que nadie
controla”. Markus el esposo de una amiga me dijo que lo vio por una de esas
giras y que tocaba junto con su hijo, él parecía que tenía lumbre en sus
palabras y yo mantenía la promesa de verlo en vivo algún día. A pesar de su
exilio como budista en los noventa, vivir gran parte del tiempo en una isla
griega y sobrevivir a la estafa de su representante Kelley Lynch, este cantautor judío
continuaba teniendo nuevas generaciones de seguidores, mientras su voz se hacía
más grave década tras década. Sus letras eran himnos de un futuro que nos
dilapidaba cobrándonos la agridulce cuota cotidiana.
El 2016 cuando Marianne su musa y gran
inspiración falleció consumida por un cáncer terminal, el mencionó: “Bueno
Marianne, ahora que hemos llegado a este momento en el que estamos realmente
tan viejos y nuestros cuerpos se caen a pedazos, creo que voy a seguirte muy
pronto”. La clarividencia
de que el final lo acechaba fue tangible en su última entrevista concedida a
David Remnick, confesando “Estoy
listo para morir. Espero que no sea demasiado doloroso. Eso es todo para mí”.
El 7 de noviembre del 2016, muere Leonard Cohen a los 82 años, dejando una
herencia lírica inimaginable, cátedras universitarias en su nombre que buscan
indagar el aporte creativo de su obra a la poesía. Amantes de su obra que suman
más de cuatro generaciones ¿Quién más que Cohen para llevarnos a mil besos de
profundidad? Tal vez nos quede repetir sus versos, pedirle permiso para ubicar
una voz propia, cuando él nos susurra al oído “una cicatriz es algo que no
flota”.
Buscar escribir algo estructurado para
recordar a Cohen resulta un fraude, marcado por la fragmentación de las
palabras que se dispersan con la incoherencia de una imagen frente los pedazos
de un espejo… del simulacro de lo que pretendemos ser… de la memoria caprichosa
del buscar componer un cadáver exquisito. Aproximarnos a Cohen es un ejercicio
de hermosos perdedores, porque el legado que nos deja es una muestra que las
cicatrices aún no se han cerrado. La herida que deja su ausencia aún está abierta.