El tiempo y el espacio coincidieron
este 15 de enero del 2016 para ser testigos de uno de los conciertos más
esperados e inolvidables de este inicio de año. Oil & Amado Espinoza en la
Muela del Diablo, con una producción impecable, que fusionó las sonoridades
místicas de Espinoza y el energético desplazamiento en escena de Oil. La primera
noche de concierto fue a-s-o-m-b-r-o-s-a.
Alrededor de las 22:30 la Muela
del diablo se transforma en un bunker. No más bien en una cueva. La claustrofobia
se disipa entre la fricción de las personas que saturan el espacio, en varias
pantallas del escenario principal podemos apreciar la película “Whiplash” (Damien
Chazelle 2015) que muestra la escena final de un baterista angustiado que cercano
al éxtasis logra enfrentarse a su maestro. La gente va llegando. Oil
cumple doce años de trayectoria en julio de este año, tres discos un
documental, giras por varias ciudades de Bolivia, Latinoamérica y Europa, son
testimonio de su persistencia en la escena musical. La pantalla dispara imágenes
de una nueva película, las escenas no corresponden al audio de La Bersuit.
Lleno total. Buscamos nuestra ubicación, reserve la mesa con mi apellido
materno que siempre acusan que subestimo. Mucha gente apoyada en los muros, una
amiga recuerda que el 2009 estuvimos en el mismo espacio escuchando el marroplánico
de Oil, Amado Espinoza, con Analia Abat, la nostalgia es bienvenida al igual que la impaciencia. Otra amiga paceña me dice ¿cómo estar en
Cochabamba y no escuchar a Oil? Todas reímos: en el mismo lugar, en el mismo
tiempo. El primero en entrar al escenario es el baterista Pipo Lara, luego
Amado Espinoza (de visita por la llajta después de dos años de vivir en Kansas)
que acaricia visualmente djembes, bongos y una multitud de instrumentos, Chelo
Navia, Pichón Aguilar y Oli Devaux conforman la alineación esperada. Ajusten
sus expectativas…esto ya comienza.
El primer set empieza con una
versión nueva de “Nothing” (2006) del primer disco, varios la identifican,
algunos la cantan, otros sacan sus celulares para disecar momentos y muchos
empiezan a vibrar. La noche avanza con las palabras de Chelo Navia con su tradicional "buenas noches tribu", a continuación se escuchan tracks como “cobras negras” (2015) del último disco calavera, la
fusión de guitarras, la vibración sincopada de un plato metálico estimulado por
el golpe de una bagueta (G. Bello) marcan la continuidad del trance, Pipo Lara y
Amado Espinoza fusionan sus percusiones como hermanos siameses. Oli Devaux
cierra los ojos y sincrónicamente toca el bajo ¿qué universos musicales
explorará un bajista cuando decide deslizarse en el ardor eléctrico de las
cuerdas? A la mitad del primer set invitan a Brita que danza ritmos de medio
oriente, Brita alcanza constelaciones en cada movimiento, su vientre es una
máquina de cadencias, Chelo se aparta del escenario, poseído, dando el lugar a
Brita la hermana de Espinoza. La diosa árabe.
Devil is comming! No es una
amenaza. Es una aseveración, está en la “Muela del diablo” invocando la especie
de jameada entre Chelo Navia, Pichón Aguilar que continúan confabulando juntos,
ya que se conocen desde colegio, la complicidad es una ganancia del tiempo pero
también de la capacidad de seguir respirando y encarnando la misma caja de resonancia.
Un momento crucial se aproxima con “Machine gun man” (2010) que causa euforia
masiva. Chelo Navia presenta oficialmente a Amado Espinoza recordando, que la
primera vez que conocieron a Amado fue por un dj amigo (que está presente esa
noche) cuando estaba experimentando con las percusiones junto al grupo, esta
colaboración dio lugar a que Amado toque junto con ellos alrededor de 30
instrumentos, y posteriormente se logre la sesión del “marroplánico” que era una
fusión del sonido marroquí y altiplánico, impulsando varios conciertos en
escenarios como Na Cunna o la misma Muela del Diablo. Madre loba y un San Juanito son las canciones
que cierran el primer set. El espíritu de la tribu sigue flotante y con sed de
escuchar más de Oil.
El inicio del segundo set avanza
en crescendo… llama la atención que cuando la banda ingresa al escenario el ruido de la multitud
persiste, por más que el ceremonial retorne, el auditorio se encapricha en posar
para las fotos, brindar o simplemente las voces que no se apagan, pero poco a
poco el silencio se expande lentamente entre los asistentes. Amado Espinoza
ahora empieza a tocar un charango y Chelo Navia evoca a Willy Claure y la cueca, recordando
que este ritmo seis octavos (6/8) fue declarado patrimonio cultural de Bolivia, entonces,
recuerdo a mi abuelo que tocaba el charango hasta hacerlo llorar (eso me dijeron
mis tías), también sus cuentos del Temple Diablo, y la frustración de no haber
aprendido a elaborar vinos y ocultarlos para que mi abuela no los descubra.
Todo esto aterriza en el presente, mientras “vino eterno” una de las canciones
mejor logradas de la noche entre la fusión de las cuerdas del charango y las distorsiones
de la guitarra, aunque Chelo advierte que no es una cueca, todos
aplauden, mientras Espinoza hace aletear entre sus manos una especie de matraca
que el mismo fabricó, entre las últimas canciones Pichón se saca la polera
verde, las luces escarlatas del escenario se activan con intensidad y llega el
momento de la despedida, Sal (2015) canción promocional del disco calavera se
escucha con fuerza, sabemos que el final se aproxima y por más que buscamos
evitarlo, repetimos la clásica “una más y no jodemos más” obteniendo solo la
yapa instrumental del primer día de concierto.
Después de
recorrer tracks, huellas o pistas de esta especie de arqueología sonora, recordando
más de una década de apuesta por la música de esta banda, con sus nuevas
versiones, arreglos y variaciones de sus composiciones, la tribu abandona la cueva,
tal vez esta noche no descubrimos el fuego otros seguirán buscando a Tunupa. Nosotras nos vamos satisfechas esperando volver a ser convocadas.