Aprender a nadar es lo más. Una hora sin pisar la superficie terrestre. Sentirte una sirena. Luchar contra la gravedad y sumergirte en agua a pesar de tener niños de ocho años que son tus compañeros o señoras de la tercera edad que practican el Aqua Gym y te hablan de sus operaciones y muestran sus cicatrices como medallas, cuerpos de todas las tallas, vidas que en el silencio se diluyen sin fronteras, en el deseo de sumergirse y perderse en el curso del agua, inhalar exhalar, aguantar la respiración, saborear el cloro. Abrir los ojos y divisar el monstruo en crescendo de varios cuerpos acuáticos que hacen una sola bestia. Alguna vez todos nosotros fuimos peces ciegos queriendo salir a ver la luz.
Espero poder soltarme, flotar sin miedo, es una tarea difícil dejarse ir y disfrutar, pero entre el intento y el vértigo está el gusto.
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